¿Embolatados en Chingaza?

Pequeña laguna en el Parque Natural de Chingaza. Foto: Jorge Bela
Pequeña laguna en el Parque Natural de Chingaza. Foto: Jorge Bela
Desde Madrid, con los termómetros acariciando los 40 grados, un cielo azul interminable, y un aire seco y golpeado, el páramo de Chingaza parece un lejano sueño. Pero no lo es: milagrosamente cerca de Bogotá, pero protegido por los Cerros Orientales, sirve de muy real imán a la abundante humedad atmosférica de la zona. Sus frailejones recogen pacientemente el rocío y las lluvias, y el agua se va acumulando en incontables lagunas, siendo la de Chingaza, que da nombre al parque natural, la mayor. No sorprende que en  esa zona se construyera además  un pantano que sirve como la pieza fundamental del sistema de acueducto de la capital colombiana. La cercanía (40 kms en línea recta) y limpieza prístina de la fuente de este inmenso caudal, hace que el agua de Bogotá sea no solo potable, sino deliciosa, algo excepcional en las grandes ciudades latinoamericanas.

Tras el madrugón habitual, partimos hacia la Calera, donde nos zampamos el también habitual desayuno. Quizá las arepas de la Calera sean las más ricas de Cundinamarca, pero no nos demoramos demasiado, pues aunque la distancia sea corta, la carretera es enrevesada, a lo que hay que sumar paradas fotográficas y una lenta entrada al parque, por lo que al final y tardamos tres horas en llegar a nuestro destino.

Comenzamos el ascenso, bordeando la laguna de Chingaza. Dimitri Mitov, una figura legendaria en el montañismo colombiano, nos mostró un punto en el que hace algunos años econtró un cartel en el las FARC daban la bienvenida al “territorio liberado”. Mucho, muchísimo ha llovido desde entonces, y nada queda ni del cartel ni de las FARC por toda la zona.
Dimitri Mitov nos muestra el lugar en el que estaba el cartel. Foto: Jorge Bela
Dimitri Mitov nos muestra el lugar en el que estaba el cartel. Foto: Jorge Bela

El ascenso es relativamente suave, igual que el clima. En una ladera paramos a almorzar, mientras que un guía nos explicaba que habían repoblado el parque con una pareja de cóndores. Dándose por aludidos, y ante el asombro de todos, la pareja apareció por el cielo, dándonos una pasada a todo velocidad, acabando debajo de la cota en la que estábamos. Es la primera vez que veo cóndores: es impresionante.
Cruzando el Río Frío. Foto: Jorge Bela
Cruzando el Río Frío. Foto: Jorge Bela
Seguimos nuestro ascenso, y pasamos por varias lagunas pequeñas, a distintas cotas. Finalmente, iniciamos un descenso casi vertical, hasta llegar al Río Frío, que tuvimos que cruzar. Para ello, no hubo otra que descalzarse. Algunos caminantes necesitaron ayuda, pues estaban ya cansados. Inesperadamente, nos vimos embolatados con tareas así de primarias. El contacto con el agua helada nos confirmó que el nombre del río está plenamente justificado.

Laguna de Chingaza al atardecer. Foto: Jorge Bela
Laguna de Chingaza al atardecer. Foto: Jorge Bela
Finalmente llegamos a la buseta, ya casi de noche, en medio de una tranquilidad y una paz absolutas. El Río Frío se perdía en la distancia, a penas iniciando su larguísimo viaje rumbo al Orinoco. Allí encontrará temperaturas tan elevadas como las que estoy sufriendo ahora en Madrid, mientras invoco el siempre frío páramo de Chingaza.

Río Frío, rumbo al Orinoco. Foto: Jorge Bela
Río Frío, rumbo al Orinoco. Foto: Jorge Bela

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