La Ruta del Vallenato


Estudiantes de la Academia Vallenata de El Turco. Foto: Jorge Bela
Estudiantes de la Academia Vallenata de El Turco. Foto: Jorge Bela
Es de sobra conocido que el Magdalena y el Cauca avanzan entre sus respectivos valles, estrechamente vigilados por las tres cordilleras andinas que jalonan Colombia,  y arrastrando en su transcurso no solo el inmenso caudal de sus aguas, sino también el universo cultural y artístico de las gentes que habitan en sus márgenes. Mucho menos conocido, sobre todo fuera del país, es que entre las moles de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá transcurre otro gran torrente, que suma su caudal al de los ríos Ranchería y César: se trata del vallenato, música con una fuerza que va mucho más allá del entretenimiento, ya que sirve tanto como crisol como de expresión de toda una cultura, de una forma singular de entender la vida.
Amanece sobre la Sierra Nevada. Foto: Jorge Bela
Amanece sobre la Sierra Nevada. Foto: Jorge Bela
La semana pasada recorrí los cerca de 260 kilómetros que separan Riohacha de Valledupar, una ruta totalmente al margen de los circuitos turísticos convencionales. Las carreteras son buenas -- aunque como en todas las carreteras colombianas conviene mantenerse muy atento – y el viaje se puede hacer en unas horas, pero nosotros lo tomamos con calma, y tardamos cuatro días en completarlo: la ruta del vallenato no se debe recorrer con prisas. Si bien no existen grandes establecimientos hoteleros, sí que es posible encontrar acomodación básica, confortable y segura. Sin duda vale la pena, pues la recompensa es conocer lugares donde el turista es uno más, y la vida cotidiana de los pueblos aún no ha sido transformada por la presencia constante de foráneos. Eso sí, es importante recabar toda la información posible antes de comenzar el viaje, y en su caso contactar a alguna agencia de viajes local para que resuelvan cualquier duda.
Casa de bareque en Fonseca. Foto: Jorge Bela
Casa de bareque en Fonseca. Foto: Jorge Bela
A lo largo de esos cuatro días conocimos lugares de los cuales ya habíamos escuchado en vallenatos famosos (Dibulla, Urumita, Fonseca…), tuvimos la ocasión observar parajes naturales espectaculares, como la desembocadura del río Dibulla, los picos nevados de la sierra, o el fronterizo Cerro Pintado, pero sobre todo conocimos gente, abierta y amistosa, con un excelente sentido del humor, y siempre con una sonrisa a punto de brotar en cualquier momento. Y eso que la región no lo ha tenido nada fácil, pues en los últimos años del siglo pasado y los primeros de este se ha visto castigada por los conflictos y la violencia que afectaron a todo el país. Ahora la situación es completamente diferente, y aunque la economía aún se resiente, se percibe un considerable optimismo.

Bidones de gasolina en la carretera. Foto: Jorge Bela
Pero ya me estoy extendiendo demasiado: en los próximos días iré escribiendo sobre el vallenato, la comida, la gente que hemos conocido y algunos de los lugares que hemos visitado. Hasta entonces, una confesión: antes de llegar a Colombia a penas conocía el vallenato, casi nada fuera de los grandes éxitos de Carlos Vives. Tras este viaje por La Baja Guajira, me he convertido plenamente: imposible no dejarse llevar por el entusiasmo unánime que se siente en la región. Espero poder contagiarles desde este blog de al menos una pequeña parte de ese entusiasmo.

Arrozales en Fonseca. Foto: Jorge Bela
Mi agradecimiento a FONTUR por invitarme a participar en el fam-trip en el que está basada esta entrada.

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