Los hipopótamos de Pablo Escobar como metáfora

Hipopótamos. Foto: Arno Meintjes
La historia es de sobra conocida. En sus épocas de prosperidad, Pablo Escobar montó un zoo en su hacienda Nápoles, a medio camino entre Medellín y Bogotá. Lo pobló con todo tipo de animales, incluyendo hipopótamos. Hay quien dice que los excrementos de los animales eran utilizados para disimular el olor de las exportaciones ilícitas, pues despistaban a los perros adiestrados. Escobar fue muerto por la policía cuando intentaba escapar, y su imperio mafioso fue totalmente desmantelado. La gran mayoría de los animales de su zoo murieron, y la hacienda fue expropiada y convertida en un parque de recreo abierto al público.

Los hipopótamos despiertan simpatía. Foto: Luz Rovira

Colombia es hoy un país muy diferente. Aunque aún se arrastran problemas muy graves, el país está envuelto en una ola de prosperidad y de optimismo sin precedentes. Las tasas de violencia han caído de forma significativa, y hay fundadas esperanzas de que el conflicto armado se termine. Hay una clase media creciente, que pudiera ser un indicador adelantado de que al fin se va a atajar la fuerte desigualdad social. Las circunstancias han cambiado de forma radical en 20 años, y el futuro está lleno de promesa, aunque solo el tiempo dirá si las esperanzas se concretan en realidades. Yo soy optimista.
Pelea entre hipos. Foto: Zoológico de Barcelona
Sin embargo, los lastres del pasado son difíciles de soltar. Se manifiestan, a veces de forma inesperada, en los lugares mas insólitos de la vida cotidiana en Colombia. Los hipopótamos que escaparon del zoo de Escobar son la metáfora perfecta de este problema. En las calurosas y plácidas orillas del gran Magdalena, los hipopótamos encontraron un lugar perfecto para establecerse. Al pasar casi todo el día sumergidos bajo el agua, no suelen ser vistos por los lugareños. Sin embargo, por la noche salen a tierra firme a alimentarse, y pueden llegar a recorrer largas distancias. Algunos expertos piensan que pueden desplazarse toda la longitud del mayor río colombiano en un tiempo sorprendentemente corto. Aunque la mayor parte de los ejemplares se han visto en las cercanías de la hacienda de la que escaparon, se han visto ya algunos a distancia considerable. Lo cierto es que nadie está seguro de cuantos hipopótamos se encuentran en libertad en estos momentos.

Foto: Paul Maritz
Los hipopótamos parecen tranquilos. Su volumen y la lentitud de sus apacibles movimientos despiertan el cariño de quienes los observan. Sin embargo, son muy territoriales, y pueden pasar de la calma al ataque en muy poco tiempo. Una vez enfurecidos, son sumamente peligrosos: corren muy rápido, y con sus enormes dientes pueden matar a un adulto en pocos segundos. No tienen enemigos naturales, por lo que sin no se controlan acabarán convirtiéndose en una especie invasiva, y un peligro para todos los habitantes del Magdalena.

La solución de este problema es sumamente complicada. Para empezar, los hipopótamos cuentan con la simpatía de buena parte de la población, que desconoce el peligro que su proliferación representa. Además, existe una densa maraña de líos legales sobre la propiedad de estos animales, y sobre la entidad en la que recae la responsabilidad de su control. Finalmente, como suele ser habitual, no están inmediatamente disponibles los fondos necesarios para realizar el censo o comprar los equipos necesarios para la esterilización, solución que parece ser la que se adoptará finalmente.


En la Colombia de la prosperidad y la esperanza hay muchos lastres del pasado, que de forma imprevisible surgen ocasionalmente de la oscuridad mostrando sus amenazadoras fauces. Por eso me parece que los hipopótamos del Magdalena son la metáfora perfecta de los riesgos que se ciernen sobre este gran país.

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