Ascensión al Pan de Azúcar desde Sisuma



Con Pepe en el Pan de Azúcar, Colombia. Foto: Orlando.

Al salir de la cabaña Sisuma, a eso de las 4 de la madrugada, parecíamos un gusanito de mineros: nuestras lámparas frontales cortaban el aire helado de la sierra, aunque su breve intensidad no era obstáculo para que desde el cielo completamente despejado un interminable océano de estrellas nos deslumbrara. La cuesta arriba comienza a pocos metros de la cabaña, pero el tiempo vuela entre jadeos y nerviosismo. En el camino adelantamos a otros caminantes que paran a descansar. Un poco más tarde son ellos los que nos adelantan. Antes de que rompiera el amanecer ya nos habíamos hecho amigos. Cuesta abajo no había rastro de otros montañeros: las frontales les hubiera delatado con facilidad.

Subiendo por el Paso del Conejo. Foto: Jorge Bela
En el recuerdo parece que fue cuestión de minutos, pero en todo caso antes de lo que esperábamos, nos encontramos en una pradera, justo al comienzo del temido y empinadísimo Paso del Conejo. Justo cuando nos disponíamos a comenzar el ascenso, entre la oscuridad apareció un caminante que descendía con paso titubeante. “Me he puesto muy enfermo, “ nos anunció, “con vómitos y todo. He tenido que bajar.” Nico le entregó una de las pastillas antisoroche que llevaba. Mi estómago se contrajo aún más por el nerviosismo. Estábamos a unos 4.300 msnm, y la jornada no había hecho más que empezar.
En el borde de nieve. Foto: Jorge Bela
Una vez superado, el Salto del Conejo, aunque duro, resultó menos fiero de lo que lo pintaban. Empinado, sí, pero sin ninguna dificultad técnica. Cuando llegamos a la parte más elevada ya se estaba haciendo de día: el espectáculo del amanecer entre las cumbres no nos decepcionó. El camino, ahora ya en suave ascenso, transcurría por unas enormes y comodísimas lajas. El sol, nada más hacer su aparición, empezó a calentar con fuerza. Superados el frío y la oscuridad, nuestros dos últimos enemigos eran la altura -- cada paso era un jadeo – y esos nervios verracos que no nos dejaban en paz.

Nico y pepe entran en calor con un combate de alta montaña. Foto: Jorge Bela


Silvia y Nicolás en la cordada. Foto: Jorge Bela

En el borde de la nieve nos colocamos los crampones y nos abrigamos lo mejor posible. El día era espléndido, pero el aire helado. Nos encordamos y comenzamos el lento ascenso: nuestro guía Orlando en primer lugar, yo en segundo, Silvia en tercero, Nicolás el cuarto, y cerrando la cordada Pepe. Una cordada tan larga es como un día de pesca, se avanza o se detiene según los tirones que se sienten: no hay otra comunicación mejor en estas circunstancias. Al principio a trompicones, después con mayor fluidez, dimos la vuelta al imponente Púlpito del Diablo, una auténtica maravilla natural, quizá la mas espectacular de Colombia. Seguimos el ascenso hasta unas rocas ubicadas al pié de la cumbre, a 5.000 metros, y allí tomamos descanso. Nicolás no se sentía bien del todo, y optó por quedarse, acompañado por Sonia.
Púlpito del Diablo, Colombia. Foto: Jorge Bela
Nosotros continuamos la marcha hasta el borde de la cumbre, un ascenso casi vertical (o eso me parecía), tras el cual avanzamos por la arista –si, abismo a ambos lados—a cuyo fin encontramos un estrecho pasillo de hielo. Cuando a penas faltaban unos metros, el guía encontró una grieta que le pareció demasiado peligrosa. “Hasta aquí se puede llegar,” nos anunció, “aunque nos hemos quedado a unos metros del final, sí hemos llegado a la cota máxima, por lo que se puede afirmar que hemos llegado a la cumbre.” Pepe protestó un poco, pero yo lo tuve claro: ni un paso mas allá de donde nos indicaba el guía. Unas fotos, unos minutos de contemplación del sobrecogedor espectáculo, y comenzamos el descenso.
La arista desde la cumbre. Foto: Pepe Zárate
Como ya pude comprobar en mi ascensión al Toti, la bajada en hielo es mas difícil que la subida. La arista no fue problema, pero el trozo casi vertical supuso un gran esfuerzo. Utilizamos toda la técnica aprendida y por fin llegamos a las rocas donde nos esperaban Silvia y Nico. En ese preciso momento se desataron finalmente los nervios acumulados durante toda la mañana, y por primera vez pude disfrutar del paisaje incomparable que ofrecen las montañas nevadas que rodean la Laguna Grande de la Sierra, un orgullo para Colombia. Sentí mucha mas emoción en ese momento que en la cumbre del Pan de Azúcar. Nico ya se encontraba mejor y comenzamos el descenso. Aunque habían transcurrido horas desde que salimos de la cabaña Sisuma, a mi me pareció que habían transcurrido a penas unos segundos.
Orlando descansa en una roca. Foto: Jorge Bela

Aprendiendo las técnicas. Foto: Jorge Bela
La cámara de Google. Foto: Jorge Bela


El Pan de Azúcar desde Sisuma al amanecer. Foto: Jorge Bela

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