La Laguna Sagrada de Iguaque

Laguna de Iguaque. Foto: Jorge Bela
Villa de Leyva es un lugar delicioso para pasar un fin de semana. Si se logra evitar los temibles trancones, en carro y bus se puede llegar en menos de tres horas desde Bogotá. Hay hoteles de gran lujo, con precios acordes a tanto nivel, pero también hay hoteles y hostales para todos los presupuestos, y con un servicio mas que aceptable. De hecho, es uno de los destinos en Colombia mejor preparados para recibir a todo tipo de turistas. El clima suave, mas seco y caliente que Bogotá –aunque conviene no olvidar llevar algo de abrigo para las noches – también es favorable. Pero el perfecto estado de conservación del pueblo colonial, y la magnífica plaza mayor son sus mayores atractivos, y nunca defraudan.

Serpiente petrificada. Foto: Jorge Bela
Sin embargo, como tan a menudo sucede en Colombia, basta alejarse unos pocos kilómetros del casco urbano para encontrar lugares maravillosos y radicalmente distintos. Uno de estos lugares es la laguna sagrada de Iguaque, a 3.800 msn y por lo tanto en pleno páramo.

El Páramo. Foto: Jorge Bela
La entrada al Santuario de Fauna y Flora de Iguaque, nombre que recibe el PNN en el que está ubicada la laguna, está a unos quince kilómetros de Villa de Leyva. La ascensión es empinada y fatigosa: requiere un nivel de forma física suficiente para tal empeño. Uno de los aspectos mas fascinantes de esta caminata es la cantidad de ecosistemas que se atraviesan en pocas horas: desde el clima templado y seco del inicio al magnífico páramo andino, pasando por el bosque de niebla. Los ríos caudalosos nos recuerdan que los páramos son imbatibles captadores de lluvia, razón suficiente para cuidarlos y protegerlos. En una poza escondida, entre cascadas, pudimos observar la serpiente petrificada, guardiana secreta del camino.

Caminando por el Páramo. Foto: Jorge Bela

La laguna se encuentra a 3.800 msn, en un paraje espectacular. Mientras nuestro grupo siguió la caminata hasta la cima de la montaña, tres caminantes decidimos quedarnos y disfrutar tranquilamente del paisaje. El viento, cuyas ráfagas arreciaban de cuando en cuando, erizaba la superficie de otra forma lisa de la laguna, creando imágenes extrañas. Unos caminantes arrojaron una piedra al agua, lo que provocó una regañina de una familia indígena que disfrutaba con nosotros del entorno: “mejor no enfurecer la laguna,” advirtieron, “si se llega a enfadar lanzará una tromba de agua sobre quienes la molesten.” Dicho y hecho, momentos después del incidente se formaron unos nubarrones negrísimos y parecía que estaba a punto de iniciarse el segundo diluvio universal. Afortunadamente a la laguna se le pasaron los malos humos y en poco tiempo volvió  a brillar el sol.

Villa de Leyva. Foto: Jorge Bela

Esa noche llegamos agotados al hotel, pero eso no fue impedimento para que nos dejáramos arrastrar por el buen ambiente y la deliciosa rumba que se genera cada noche en la plaza de Villa de Leyva.



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