Nemocón: el corazón de sal de Colombia

Mina de sal de Nemocón. Foto: Jorge Bela
Muchas personas piensan que fue el oro lo que despertó la codicia de Jiménez de Quesada y sus hombres, lo que les desvió de su ascenso por el Magdalena. Pero para algunos historiadores la realidad fue muy distinta: lo que llamó la atención de los exploradores españoles fueron los cargamentos de sal que transportaban los comerciantes prehispánicos. No es muy conocido el hecho de que durante siglos, si no milenios, antes de la llegada de los europeos, los intercambios comerciales en lo que hoy es Colombia, fueron muy intensos. Desde la costa, por ejemplo, llegaban, tras viajes interminables, las conchas de nácar hasta la actual sabana de Bogotá. La sal también era extraordinariamente valiosa en aquellos tiempos, y eran frecuentes los despachos desde las minas sabaneras hasta incontables puntos de las tres cordilleras y sus valles.
Mina de sal de Nemocón. Foto: Jorge Bela
La sal fue, por tanto, la razón por la que Colombia tiene su configuración actual. Por eso es imposible no sentir una emoción intensa cuando se visitan las minas de la sabana, que aún siguen, tras largos siglos, en activa explotación comercial. Han cambiado las técnicas, y la importancia económica de la sal ha experimentado un notable declive relativo, pero las vetas siguen siendo las mismas, los lugares siguen siendo los mismos, y nadie que visite la capital de Colombia debería perderse una visita a estas minas milenarias.
Mina de sal de Nemocón. Foto: Jorge Bela
Aunque la mina más conocida es la que incluye la Catedral de Sal en Zipaquirá, mi favorita es la de Nemocón, a unos 60 kilómetros de Bogotá. A ambas se puede acceder utilizando el Tren Turístico de la Sabana, el último tren de pasajeros que circula por territorio colombiano, y una experiencia ya de por si interesante (solo circula los domingos y en fiestas especiales). El pueblo de Nemocón es pequeño, pero muy auténtico, y con mucho encanto. Las casas han sido pintadas con llamativos colores y dibujos, y dispone de varios restaurantes donde sirven una comida sencilla pero en raciones inmensas: nadie se quedará con hambre (se pueden pedir medias raciones en la mayoría de los lugares). Un paseo por Nemocón es una oportunidad excelente de entrar en contacto con la amabilidad insuperable de la gente de la Sabana cundiboyacense.
Mina de sal de Nemocón. Foto: Jorge Bela
A la mina se accede caminando desde la plaza del pueblo, tras un paseo de diez minutos. La visita comienza en un pequeño e interesante museo, recién inaugurado, en el que se nos explica el origen de las minas, la evolución de las técnicas mineras, y los proyectos que existen para el futuro en la zona. Sin más dilación nos adentramos en la mina. En el descenso inicial conviene tener cuidado, pues el suelo puede estar resbaloso, pero después se camina con total facilidad.
Mina de sal de Nemocón. Foto: Jorge Bela
La mina ha sido cuidadosamente iluminada, y es espectacular. Los guías se esmeran en dar todo tipo de explicaciones, pero a mi me costaba prestar atención, pues mi mente se perdía por las inmensas naves de la mina. En una de las galerías han tallado un enorme corazón, que iluminan con luces rojas. Aunque la referencia es claramente romántica, a mi me pareció fascinante por otra razón: pese a las leyendas de El Dorado, lo cierto es que la Colombia contemporánea se fundó alrededor de estas minas. La Colombia contemporánea tiene el corazón de sal.

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