Un paseo en tren por la sabana de Bogotá

Máquina a vapor del Tren Turístico de la Sabana. Foto: Jorge Bela
El tren habitual, con más de 500 plazas, estaba completamente lleno, y por eso pusieron en circulación una segunda unidad. Sin embargo, ésta también se había llenado y no quedaba ni un solo billete a la venta en la estación de Usaquén, según nos informó una amable señorita parapetada tras la tradicional ventanilla. Elisa y yo nos mirábamos con sorpresa,  no se nos había ni siquiera ocurrido esta posibilidad. Afortunadamente aparecieron pasajeros que no podían viajar y pudimos comprar sus pasajes. Eso sí, mucha gente se quedó en tierra en esa soleada mañana de domingo, disfrutando de la pequeña estación que la empresa encargada mantiene como una tacita de plata.

Estación de Usaquén. Foto: Jorge Bela
El Tren Turistico de la Sabana llegó puntual, soltando una tremenda humareda y con los ruidos y silbidos que uno puede esperar de la última máquina de vapor en funcionamiento en Colombia. El encargado de la estación intentaba apartar a las familias de las estrechas vías, pero no daba abasto. Vi a madres apartar a sus niños y colocarse ellas en la mejor posición para sacar una foto a la renqueante máquina. El ambiente era completamente festivo, y el encargado nos llegó a dar una buena noticia: por los vagones pasarían empleados con bolsas para recoger la basura, por lo cual “ya no es necesario que se arroje por las ventanas,” dijo con fino humor cachaco.

A bordo no puede faltar la música. Foto: Jorge Bela
Las familias y grupos se dirigieron apresuradamente hacia sus vagones, mientras del tren descendió una banda papayera que amenizó toda la operación de embarque (ya quisieran las mejores aerolíneas del mundo ofrecer un servicio parecido). Una vez a bordo pudimos comprobar que los vagones estaban muy limpios, impecablemente mantenidos. Un fuerte silbido, un brusco acelerón, y ya estábamos en marcha. Para mi era la primera vez que montaba en un tren a vapor, y compartía el entusiasmo y la excitación del resto del pasaje. Pronto empezaron a pasar vendedores de todo tipo de comidas, que encontraron mucha demanda, y las deliciosas bandas musicales cuyos sones hicieron que el trayecto se hiciera muy muy corto.

Merengues de La Cibeles, "la eskinda dulce de Cajicá. Foto: Jorge Bela
Durante el paseo los viajeros pueden comprar tours a la Catedral de la Sal, las minas de Nemocón o visita a Zipaquirá, todo muy bien organizado. Hay tiempo de sobra para hacer una de estas visitas y luego comer tranquilamente en Cajicá. Para los golosos recomiendo la pastelería La Cibeles (la esquina dulce de Cajicá), donde se pueden encontrar los mejores postres caseros de la sabana. Pero hay que estar atentos, el tren no espera. La humareda y los furiosos silbidos nos apremian. En el regreso, a una velocidad que permite disfrutar del paisaje sin afanes, muchos niños dormitaban. Los mas mayores recuerdaban viejas historias de cuando el tren hacía servicio regular hasta Chiquinquirá. Al llegar a Bogotá pensamos que había sido un día verdaderamente delicioso.

Postres caseros sabaneros en La Cibeles. Foto: Jorge Bela



























Comentarios

  1. Me trajiste a la mente lindos recuerdos que ahora mismo voy a reavivar dando un vistazo a las fotos que hicimos hace unos años en un paseo familiar.

    Gracias y un abrazo, Jorge.

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  2. Excelente el paseo, bueno para compartir, conocer y disfrutar... Muy malo el ruido del tren, podria avanzar sin necesidad de hacer tanto escandalo con el exagerado sonido del pito!. Punto negativo del tren! deberian prohibir que pite..

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  3. Yo creo que el pito forma parte de la alegría del paseo. No le pongamos tanto color. Además, en estos tiempos modernos,será difícil volver a escuchar el pito de otro tren a vapor. ! Que siga pitando el tren !-Solo se vive una vez.

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