La Casa de las Ventanas Amarillas
La Casa Amarilla, Mompox. Foto: Jorge Bela |
En todo esto pensaba cuando recibí las instrucciones de viaje de mi colega bloguero y escritor Richard McColl. Es el propietario de un hotel en Mompox, sabiamente regentado por su suegra Esther y su tía Carmen cuando él está ausente. De hecho, su iniciativa hotelera fue pionera en una de las ciudades más hermosas de Colombia, pero que ha dormitado aislada durante siglos, arrullada por los brazos del gran Magdalena. Del texto que me mandó, con exhaustivos detalles sobre poblaciones, desvíos, advertencias y consejos, solo presté atención a la última frase: “llega hasta el río, y junto a la iglesia de Santa Bárbara, la más icónica de Colombia, busca una casa amarilla, ese es mi hotel.” El viaje por tierra de Bogotá a Mompox es largo, pero a mi se me hizo corto. Cada pocos instantes imaginaba como sería la llegada al hotel, el encuentro con el río, el legendario calor de las tardes momposinas, la casa amarilla...
Las ventanas de la Casa Amarilla son negras. Se trata de una antigua y amplia casona, con un agradable patio, y tanto suites, incluso con vistas al río, como cuartos sencillos al alcance de todos los presupuestos. Ahora descanso en su azotea mientras mi cámara dispara foto tras foto, tratando de captar no solo la belleza, sino también la atmósfera tranquila y apacible de este atardecer fluvial. Antes estuve deambulando por las callejuelas de Mompox, viendo la gente en su transitar cotidiano, con el telón de fondo del gran río de Colombia. Desde los muros que protegen a la ciudad de las crecidas, algunos pelaos dan brincos y se echan al agua, incluso se dejan arrastrar por las fuertes corrientes río abajo donde les esperan otros amigos. Nadie parece tener prisa por aquí, y mientras termino tranquilamente mi cerveza pienso que me siento en casa en el hotel Amarillo de Richard McColl.
Patio de la Casa Amarilla, Mompox. Foto: Jorge Bela |
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