Ascensión al páramo mas hermoso de Colombia



Entré en el restaurante con el sonido de las campanas de la iglesia de San Juanito, Meta, que anunciaban la misa de las 6:30AM. Aún así, fui el último en llegar. No había tiempo que perder, y el desayuno fue abundante y delicioso, pero rápido. Nos esperaba una larga caminata con un desnivel brutal: 1800 metros (que, en efecto, tendríamos que subir para luego descender). Salimos a buen paso, pero nos detuvimos brevemente a visitar el antiguo noviciado, origen del pueblo en su momento, y hoy abandonado. En la huerta del edificio comenzamos un ascenso que solo terminaría cuatro horas después, ya en el páramo de Chingaza.

Antiguo noviciado de San Juanito. Foto: Jorge Bela

Tras salir del pueblo atravesamos zonas cultivadas y potreros con ganado. Sin embargo, los cultivos terminan donde comienza el bosque de niebla: se trata de zona ya protegida y el contraste es inmediato. Los potreros desaparecen y se ven sustituidos por una vegetación espesa. Nuestro grupo incluía dos expertos conocedores de botánica, que identificaban con precisión las incontables variedades de orquídeas que encontrábamos en las márgenes del camino. A ratos las cuestas eran muy empinadas, a ratos no tanto, pero el ascenso era implacable. El calor que encontramos en San Juanito se fue tornando más fresco, y finalmente llegamos a la cota de las nubes, que nos impedían ver el paisaje y nos refrescaba con una intermitente llovizna.

Cruces en el camino. Foto: Jorge Bela

A poco más de 3000msnm llegamos al páramo, tal y como había anunciado nuestro guía Miller. Allí encontramos unas cruces de madera que los lugareños tienen como tradición hacer cuando llegan a ese punto. Aunque estábamos muy cansados, aún nos quedaban más de 400 metros de ascenso. Yo prefiero subir caminando despacio, y hacer el menor número de descansos posibles, y aunque en los grupos suele suceder que no hay ritmos uniformes, curiosamente casi siempre se encuentra un ritmo de avance y pausa agradable para todos. Finalmente llegamos a nuestro destino, una pequeña casa forestal construida por el Acueducto, en cuyo porche frontal, a cubierto de la llovizna constantes, almorzamos. Tuvimos la suerte de que dos caminantes subieron verdaderas exquisiteces: dos botellas de buen vino tinto, mejillones en escabeche, aceitunas de aperitivo….¿quien puede pedir más? Miller se rascaba la cabeza con curiosidad dudando si probar los mejillones, alimento que por primera vez veía.

El camino ascendente. Foto: Jorge Bela

El vino hizo su mágico efecto, y la comida transcurrió entre bromas y charlas. Finalmente, tuvimos que emprender el descenso. Al llegar al bosque de niebla, ésta desapareció casi completamente, y pudimos ver los imponentes barrancos del cañón del Guaitiquía. Los jirones de nubes daban una perspectiva única a los farallones de Medina. Durante el descenso el grupo se fue estirando, y yo me quedé solo, disfrutando del silencio absoluto y de los incontables pájaros que se cruzaron en mi camino. Entre éstos una pava enorme, que parecía no sentir estrés alguno ante mi presencia.

Miller con las montañas que ascendimos al fondo. Foto: Jorge Bela

En San Juanito todavía no hay mucho turismo. La presencia de policía de élite fuertemente armada y de soldados del ejército de tierra nos recuerdan que el pueblo, ahora totalmente tranquilo y hospitalario, no hace mucho fue escenario del conflicto. Por estas razones considero imprescindible ir siempre acompañados de guías locales. Nuestro viaje lo organizaron mis amigos de Caminantes del Retorno Laura y Carlos, como siempre de forma perfecta. De nuevo mi agradecimiento por abrir estos caminos tan maravillosos.

Farallones de Medina. Foto: Jorge Bela

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