Aguapanela pá los colibríes



Palmeras de cera en el Valle de Cocora. Foto: Jorge Bela
Palmeras de cera en el Valle de Cocora. Foto: Jorge Bela
En el hostal nos advirtieron de la necesidad de utilizar botas, y  nos ofrecieron unas “botas pantaneras” (botas de goma que en España se llaman “katiuskas”). Yo llevaba mis buenas botas de montaña, y rechacé la oferta, sin saber todavía que estaba cometiendo un error. Los “willis” esperaban aparcados en plaza de Salento,  listos para llevarnos al parque, a unos 11 kilómetros del pueblo. Las lluvias habían sido constantes en los días anteriores, pero hoy parecía que íbamos a tener un respiro. El Valle del Cócora nos esperaba.

Willis en Salento. Foto: Fernando Conchello
Willis en Salento. Foto: Fernando Conchello
Comenzó nuestro ascenso, y pronto pudimos comprobar que las katiuskas no son un lujo en esta caminata: los caminos ascienden encajonados entre amenazantes vallas electrificadas. Carteles de madera recuerdan a los caminantes que las praderas junto al camino son propiedad privada, y que está totalmente prohibido pisarlas. Lo malo es que el camino está en pésimo estado: por él transitan caballos que los desgastan, y las lluvias torrenciales hacen el resto. Barro, huecos, charcos inmensos hacen casi imposible el ascenso. Así durante un par de horas, aunque los caminantes que nos precedían, llegado un punto especialmente complicado, deciden desobedecer los carteles e internarse en las praderas (nosotros hicimos lo mismo: las vallas electrificadas estaban, a fin de cuentas, desconectadas).

Cruzando el Quindío. Foto: Fernando Conchello
Cruzando el Quindío. Foto: Fernando Conchello
El suplicio termina cuando ya nos internamos en el bosque, donde el camino está en mucho mejor estado. Empiezan a aparecer de nuevo carteles, esta vez recordándonos que el acceso al recinto al que nos dirigimos cuesta 3.000 pesos, aunque incluye café o agua panela. Tenemos que atravesar el  río en varias ocasiones, sobre precarios puentes de madera no aptos para personas con vértigo. De nuevo las botas katiuskas hubieran venido bien para poder evitar los puentes.  Finalmente llegamos al refugio de colibríes, nuestro primer destino en la caminata. Los propietarios de esta finca han preparado varios comederos, que contienen agua con panela. Curiosamente, a nosotros nos ofrecen la misma bebida, solo que caliente. Hace rato que llueve, y se agradece tener una tacita hirviendo entre las manos.


La panela es el jugo de la caña de azúcar, cocido a altas temperaturas hasta que espesa, y luego solidificado en moldes que le dan una característica forma rectangular. En Colombia se toma disuelta en agua, a veces aromatizada con limón o con especias como clavo o canela. Confieso que no me gusta mucho, pero aquí se bebe muy frecuentemente, para aliviar el frío, cuando uno está enfermo, para desayunar….Yo pido el chocolate mejor, pero a mi alrededor los caminantes y los colibríes por igual parecen encantados con la dulcísima agua panela.

Seguimos caminando, aunque la lluvia ya no da tregua. Llegamos hasta un punto desde donde nos dijeron se divisa una espectacular vista del valle, pero nada conseguimos ver, pues estaba completamente tapada por las nubes. Un nuevo descanso, otra bebida caliente (tinto esta vez) y comenzamos el descenso. Poco a poco la lluvia fue cesando, y de pronto comenzó a despejar la niebla: nos dimos cuenta de que estábamos en medio del bosque de palmeras de cera. Al principio sólo podíamos ver los troncos, pero a medida que la niebla se deshacía, pudimos empezar a ver las copas. Estábamos calados, muertos de frío y con barro hasta el cuello, pero aún así disfrutamos de un paisaje único.  Al fondo del valle, como tan a menudo sucede en Colombia, se encuentra un gigantesco nevado, pero nunca lo conseguimos ver.  En el páramo, a los pies del nevado, nace el río Quindío, el mismo en el que estuve a punto de caer un par de veces.

Palmeras de cera. Foto: Fernando Conchello
Palmeras de cera. Foto: Fernando Conchello
Pensando en las palmeras de cera, en Simón Bolívar -- quién estuvo por este valle en una de sus andanzas heroicas--, y en las cumbres nevadas, nos dirigimos a un pequeño restaurante . Éramos los únicos clientes,  y aún así nos prepararon una trucha recién pescada. Mientras salía, nos sirvieron una agüita panela para entrar en calor

Comentarios

  1. Algo parecido nos ocurrió en Tobago. En una curva de la carretera, a la entrada de un sendero, habia un abuelo rasta con una caja llena de botas de goma para alquilar. Afortunadamente la noche anterior nos habían prevenido unos incautos que no se fiaron del rasta y nos recomendaron que sin duda se las alquilásemos. Si ellas la ruta hubiera sido intransitable.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares