De revuelterías por los barrios de Medellín

Tomamos la buseta cerca de la plaza de San Antonio, donde una escultura de Botero quebrada por una bomba, descansa junto a su reproducción intacta, sirviendo tanto de recordatorio del pasado violento de la ciudad, como de su firme voluntad de seguir adelante. En pocos minutos empezamos a subir por las calles de San Salvador, que serpentean siguiendo las curvas de nivel de los cerros, a diferencia de otras comunas donde las calles siguen la cuadrícula urbana, formando cuestas inconcebiblemente empinadas. El barrio está lleno de vida, de gente de todo tipo que pasea en el devenir de sus tareas cotidianas. En las esquinas, algunos vendedores ambulantes venden frutas ralladas, junto a tiendas de abarrotes que sirven también de cafés, bares incluso ocasionales restaurantes. Es un día entre semana, por la mañana, y las sillas están apiladas, esperando que caiga la tarde y, con el fin de la jornada laboral, aparezcan los clientes (los domingos, me dicen, están repletos, y sirven como epicentro de la vida social). El ambiente es tranquilo, agradable. Las casas ya no son repeticiones de cubos de ladrillos, se han cubierto de estuco, de ventanas de madera ornamentada, sus pisos tienen baldosas multicolores y bien cuidadas.

Cristo Rey, San Salvador, Medellín. Foto: Jorge Bela
Cristo Rey, San Salvador, Medellín
Preguntamos a un pelao como llegar al morro de Cristo Rey, y nos señala una calle, empinada, como no podía ser de otra forma. Por el camino encontramos muchos comercios. Sobre un supermercado, un cartel enorme nos conmina a "pedir huevo." Las revuelterías (tiendas en las que se encuentran todo tipo de verduras y alguna que otra cosa) se alternan con peluqueros, papelerías…

San Salvador, Medellín
El cristo está ubicado en un parque, sobre un promontorio desde el que se puede ver prácticamente todo Medellín. Sin embargo, en el parque observamos varios grupos de personas que no nos inspiran confianza. En Medellín, a pesar del considerable avance que se ha producido en las dos últimas décadas, sigue habiendo problemas de seguridad. Escogemos ser prudentes, y rodeamos el parque, no sin cierta rabia. Justo debajo del Cristo, hay una plataforma desde la cual observamos las hermosas vistas.

El descenso es muy rápido. Las calles en cuesta nos devuelven en pocos minutos a la plaza Santo Domingo. Buscamos el paradero de la buseta que nos llevará a nuestro siguiente destino: Manrique. El vehículo arranca ya lleno de gente. Una pareja de chavales jóvenes charla de forma desinhibida. El bus se va vaciando a medida que ascendemos. En Manrique las calles siguen la cuadrícula de la ciudad, y las que la cruzan de este a oeste parecen verticales. Esto explica por qué el Metrocable (extensión del metro que asciende por las laderas en varios puntos de Medellín) ha tenido tanto éxito entre los habitantes de las comunas: reduce a minutos desplazamientos que antes se contaban por horas.

Manrique, Medellín
Una vez más encontramos un barrio lleno de vida. Al igual que en San Salvador, las viviendas se están consolidando, cuidadas y embellecidas por sus propietarios, quienes frecuentemente incorporan motivos decorativos reminiscentes de sus regiones de origen. En las aceras, comercios. Si alzamos la vista, Medellín se extiende por todo el valle, brillando bajo el sol de verano. Como contrapunto, hampones de aspecto amenazante, ubicados en los puntos de entrada a la comuna, nos recuerdan que aún queda mucho camino por recorrer para que Manrique sea un lugar completamente seguro para sus habitantes.

Manrrique, Medellín
En pocos minutos llegamos a la Avenida Carlos Gardel (hay mucha afición al Tango en Medellín, y aquí perdió la vida en accidente aéreo el cantante). La avenida se ha dedicado completamente a un nuevo modo de transporte: el Metrobus. La movilidad ha sido una prioridad para los ayuntamientos locales, y en esto están a años luz de Bogotá, que sigue debatiendo por donde deber ir el siempre futuro metro...

Metrobús, Medellín

Me dicen que en las comunas por las noches las calles están llenas de vida. Pude comprobarlo en Bello, donde me invitaron a una estupenda cena el sábado. Al salir, ya de noche cerrada, había gente por todos lados, y por todos lados se escuchaba música. Al pié del barrio me mostraron un enorme centro comercial, construido recientemente donde antes solo había un potrero. También estaba lleno de gente, atraída por incontables bares y restaurantitos. Parecía que la ciudad entera quería disfrutar del buen clima del Valle de Aburrá.

Son pocos los turistas que se adentran en los barrios. Yo tuve la suerte de contar con Diego, que tuvo la paciencia y la generosidad de enseñármelos. Aprovecho para darle, una vez más,  las gracias.

Manrique, Medellín

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