Laguna Brava


En los últimos días el calor del verano en Madrid se ha visto interrumpido a primeras horas de la noche por una bienvenida tormenta: los termómetros caen diez grados en pocos minutos, el aire huele a tierra mojada, y los madrileños sabemos que podremos dormir a gusto, con las ventanas abiertas. Los meteorólogos dicen que vuelve el anticiclón, y que dejará de llover. En las noches por encima de 30 grados, tendré que refrescarme recordando el suave y fresco clima de la sabana de Bogotá, o la humedad y el frío de los páramos que rodean la capital colombiana.
Cascada . Foto: jorge Bela
Hoy, por ejemplo, voy a recordar la caminata que hace unos meses hice por las estibaciones del páramo de Chingaza. La buseta, fletada por la FundaciónSalsipuedes, nos recogió en El Camping al amanecer, y tomamos la carretera de La Caleta para rebasar los Cerros Orientales. Tras el habitual desayuno, tomamos una pequeña carretera cuyo destino final parece ser Choachí. Tras unas cuantas curvas, nos detuvimos y comenzó la caminata. No sería Salsipuedes si no se iniciara con una fuerte subida. Aunque inicialmente no estaba contemplado, hicimos un ascenso de calentamiento, pues al guía le pareció que lo programado era poco. El conductor de la buseta, ni corto ni perezoso, se unió al grupo. El día estaba nublado y fresco... solo  pensar en eso ya me alivia del intenso calor de Madrid.
Inicio de la ascensión. Foto:Jorge Bela
El desnivel es acusado, y los ríos bajan con fuerza, ansiosos de llegar a su destino, sin nostalgia aparente del cercano páramo de Chingaza en el que nacieron. En un lugar sin marca alguna, el guía nos desvió a media ladera, por un camino que a penas se adivinaba. La pendiente era tan fuerte que  se hacía imprescindible buscar apoyos en la vegetación. Finalmente llegamos a una gran cascada, espectáculo oculto, como tantos otros en Colombia, a la gran mayoría de los turistas: solo por ver este salto de agua valió la pena la caminata.

La laguna Brava, casi sin agua. Foto: Jorge Bela
Desandamos el desvío de la cascada y retomamos el camino principal, cada vez mas empinado, embarrado y difícil: yo jadeaba, al igual que lo hacían muchos de los caminantes que integraban el grupo. Hicimos un breve descanso en un alto, donde el guía nos mostró algunos árboles, entro otros un sietecueros. Finalmente, tras un leve descenso llegamos a la laguna, y ahí saltó la sorpresa: estaba completamente seca. El guía, rascándose la cabeza, nos dijo que a penas dos meses antes estaba llena a rebosar. Fue la primera indicación real que tuve de que la “niña” meteorológica que, con sus inundaciones, tanto daño ha hecho a Colombia, había concluido. Ahora los temores se centran en la posible aparición de un “niño”, cuyo clima excesivamente seco puede ser también perjudicial.
Descanso, refrigerio y aguapanela. Foto: Jorge Bela
Tras el almuerzo, junto a una casa de campesinos locales donde nos ofrecieron café y aguapanela, iniciamos el descenso. Como también sucede siempre en las caminatas de Salsipuedes, la ruta era circular, y volvimos por un lugar completamente diferente. A lo lejos pudimos ver otras cascadas, mientras la vegetación espesa de las laderas se fundía en praderas tan verdes que parecían hechas con un programa informático.
Descenso final. Foto: Jorge Bela
A la vuelta, tras una nueva parada en la Calera para tomar un piscolabis, entramos en Bogotá, tan cerca de mi casa que pedí al conductor de la buseta que parara en la 7ª: En pocos minutos estaba bajo la ducha en mi casa.

Mañana no lloverá, y el calor estará bravo en Madrid: a las diez de la noche, el termómetro no bajará de 30. Pero no me importa, podré cerrar los ojos y recordar Chingaza, la humedad, los ríos también bravos. Podré recordar los Andes colombianos, y sus páramos increíbles....

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