Guatavita: mucho más que un paisaje




La Laguna de Guatavita es un lugar, por encima de todo, sumamente hermoso. Su forma casi perfectamente circular, casi como un cráter, solo se ve interrumpida por el tajo que hicieron unos cazatesoros para intentar drenarla (no lo consiguieron de esa forma). A menos de dos horas de Bogotá, es una visita muy recomendable para aquellos que quieran conocer los paisajes verdes que rodean la capital colombiana. Eso sí, desde el lugar en que se ingresa al recinto para llegar a la laguna propiamente dicha hay que ascender por un camino empinado, lo que exige una mínima condición física (el retorno se puede hacer en un autobús).



Pero la laguna de Guatavita es mucho más que un paisaje. Las leyendas que la rodean tienen una fuerza enorme, y siguen disparando la imaginación de todo el que visite el lugar, sin que el transcurso de los siglos logre matizar su fuerza. La narración es de sobra conocida: el nuevo Zipa, cacique de los muiscas, se cubría completamente de oro y se adentraba en la laguna, en cuyo centro se bañaba limpiándose completamente y así adquiriendo la sabiduría ancestral. A continuación se arrojaban a las lagunas ofrendas de oro. Los conquistadores españoles, al escuchar la leyenda, quisieron recuperar los tesoros. Ya en 1540 intentaron drenar la laguna con cubos y en 1580 hicieron el tajo que aún hoy se puede observar. Pero no fue hasta 1898 cuando una compañía inglesa logró vaciar por completo toda el agua, mediante la construcción de un túnel. Ninguno de estos esfuerzos resultó en la obtención de considerables cantidades de oro, y todos los empresarios que los impulsaron acabaron arruinados. Sin embargo, los pocos los objetos que se encontraron fueron fundidos y vendidos al peso, lo que si supone una considerable pérdida de patrimonio histórico.



Guatavita se convirtió en un popular lugar de descanso para los bogotanos, hasta el punto que el ecosistema se deterioró fuertemente. A finales del siglo pasado se convirtió en una reserva natural, y solo se puede acceder pagando una entrada y la visita se hace siempre con guía. Ya se aprecia la recuperación del entorno, incluso se ven jovencísimos frailejones que quieren recuperar el espacio que legítimamente les corresponde. El regreso de la caminata se pude hacer en bus, pero nosotros decidimos hacerlo caminando, disfrutando de las inmensas praderas que bordean la reserva natural, y soñando con encontrar algún tesoro perdido: no en vano en el 2006 se encontraron unas piezas en una olla, que se pueden contemplar en el Museo Nacional de Bogotá.

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