Chicha: la bebida de los dioses

Jóvenes tomando chicha en la Candelaria. Foto: Toya Viudes
La Chicha, término que significa bebida de los dioses, está viviendo un renacimiento en Bogotá. De ser la principal bebida en tiempos prehispánicos, pasó a ser prohibida en 1948, con un decreto que tuvo vigencia legal hasta 1991. La prohibición nunca fue efectiva en el ámbito doméstico, pero si sirvió para que acabara el consumo masivo, al tiempo que la cerveza pasó a convertirse en la bebida más consumida en Colombia.
Calle del Embudo en Bogotá. Foto: Jorge Bela
La tradición se mantuvo en los pueblos, los barrios y las casas, y ahora en Bogotá la chicha está una vez más despertando interés, sobre todo entre los jóvenes. El epicentro de este movimiento es la calle del Embudo, en la Candelaria, que comparte con la bebida un origen prehispánico. Allí chicheras como Cecilia Delgado, Claudia Hernández, Mercedes Bulla o Yaimi recuperan recetas ancestrales que sirven en grandes totumos a una clientela predominantemente joven, que se toma un descanso en su trayecto desde alguna de las universidades cercanas hasta sus casas.
pequeño totumo, obsequio de las chicheras. Foto: Jorge Bela
Cecilia compartió su receta (excepto algunos condimentos que mantuvo en secreto):  la base es el maíz (en mazorca cuando es bueno, si no es preferible usar harina), clavo, anís, rayadura de naranja, y panela artesanal que ha de ser muy “mercochudita”, es decir, de muy buena calidad y pegajosa. Se hierve todo por cinco minutos, se deja enfriar y se traslada a moyos de barro, donde se deja fermentar, tapada, al menos ocho días, batiendo una vez cada uno de ellos. Transcurrido el plazo se cuela, se endulza y se deja fermentar cinco horas más. Mercedes nos reveló su secreto: añade piña.
Chichería en la Calle del Embudo. Foto: Bogotá Bike Tours.
En un ambiente festivo recorrimos las chicherías de la Calle del Embudo: son pequeños locales de dos pisos, completamente recubiertos de grafitis que dejan los estudiantes (“pintamos cada año, pero no hay manera,” nos explican las propietarias), con numerosos huecos entre las complicadas estructuras de madera y adobe: el lugar perfecto para la charla, el coqueteo, incluso la conspiración, como sucedió en la época de la independencia. Los enormes totumos se comparten, y el tiempo parece detenerse en un remanso de paz en el ojo del torbellino de una ciudad gigantesca como Bogotá. ¡Brindemos por Cecilia, Claudia, Mercedes, Yumi! Sobre ellas, y el resto de chicheras de Colombia descansa el reto de mantener viva esta tradición milenaria.

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