Que nadie se asuste, no hubo derramamiento de sangre ni asaltos. Todo lo contrario, tan solo nos
cruzamos con gente amable, sonriente y hospitalaria, como sucede de forma
sistemática en el campo por toda Colombia. “Violento” es una expresión que se
usa mucho aquí para referirse a cualquier cosa que se da con mucha fuerza, de
la misma forma que “de pronto” no quiere decir súbitamente, sino quizás. Pero
dejémonos de palabras y empecemos la ascensión desde “El Boquerón” (palabra,
ejem, que quiere decir “abertura grande,” no solo pez teleósteo, fisóstomo, semejante a la sardina, y que no tendría
sentido alguno en medio de los Andes).
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Café recién cosechado, secándose al sol. Foto: Jorge Bela |
La carretera asciende plácidamente, buscando las curvas de
nivel de la pendiente, aunque nuestro guía, Gustavo Alonso, nos lleva por
atajos más empinados. No en vano se trata de una excursión clasificada como
“si”, el grado más elevado de la escala creada por la Fundación Salsipuedes,
reservado para sus caminatas más temibles. La suavidad del comienzo no engaña a
nadie: sabemos de antemano que el desnivel a superar es de 1.200 metros, y que
tenemos a penas unas horas para lograrlo. El calor es agobiante, y los
caminantes vamos empapados en sudor. Soy el único extranjero del grupo, que
asciende sin detenerse, bromeando y charlando animadamente.
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Una peluquería en el camino. Foto: Jorge Bela. |
Paramos a almorzar en Bateas, en una agradable fonda donde
venden bebidas frías y algo de picar. Basta levantar la vista y observar las
antenas del Cerro Quinini para saber que lo peor está por llegar. Entre tanto
empieza el partido España-Francia y yo consulto constantemente el teléfono,
esperando las buenas noticias que al final acabaron por llegar. Al salir de Bateas vimos algunas tiendas en la que vendían el café local, ya tostado y molido.
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A punto de entrar en la plantación de cafetos. |
Gustavo nos llevó hasta el camino que ya asciende, casi
vertical, hacia las cumbres. En un punto, nos internamos en una espesa
plantación de cafetos. Como el sol es tan fuerte en este país ecuatorial, el
cafeto se planta siempre intercalado con plátanos, cuyas inmensas hojas lo
protegen de los rayos solares. El desnivel es tan grande, que tuvimos ocasión
de comprobar, y agradecer, la fortaleza tanto de los cafetos como de los
bananos. Fue aquí donde, entre bromas, se declaró la caminata como “violenta”.
Finalmente salimos de los cafetos, y alcanzamos la cota de los 1.800 metros.
Desde allí se podían ver unas maravillosas vistas de la meseta de Fusagasugá.
Por la hora, no llegamos hasta el Quinini, pero nadie lo echó en falta.
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Meseta de Fusagasugá. Foto: Jorge Bela |
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Tomando una cervecita en El Ocobo. Foto: Jorge Bela |
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