Un raspao para los pelaos de Cartagena


Confieso que me resistí a ir a Cartagena. Por un lado estaba encantado descubriendo todo lo que ofrecen las cordilleras andinas, y por otro Cartagena me parecía un destino demasiado conocido, demasiado turístico, y además inevitable tarde o temprano. Finalmente tuve una ocasión de oro para ir, encima invitado, y afortunadamente no la desperdicié: Cartagena me encantó.

Vendedor de raspaos (granizados) en Cartagena. Foto: Jorge bela
Vendedor de raspaos (granizados) en Cartagena
Ya empecé a disfrutar en el avión -- el viaje por tierra lleva unas 18 horas -- pues estuvimos largo rato  sobrevolando el imponente río Magdalena. El Magdalena, principal ruta de acceso desde la costa a Bogotá hasta entrado el siglo XX, transcurre entre las cordilleras Oriental (donde se ubica Bogotá) y Central, desembocando en Barranquilla, a 1.500 kilómetros de su nacimiento. En su inmensa cuenca vive cerca del 80% de la población Colombiana. El segundo río en importancia para el país es el Cauca, que discurre entre las cordilleras central y Occidental, y que es además el principal afluente del Magdalena. Pero ya tendremos ocasión de hablar de los grandes ríos más adelante, hoy nos ocupamos de la que en Colombia llaman Perla del Caribe.

Río Magdalena. Foto: Jorge Bela
Río Magdalena
Para empezar, lo ya conocido: Cartagena es una ciudad muy, muy bonita. Los muros que antaño sirvieron como defensa contra piratas y potencias extranjeras, parece que han servido para frenar el ataque más atroz de todos: el de la especulación inmobiliaria. Dicen que el letargo económico en que cayó la ciudad tras los prolongados conflictos del siglo XIX y la pérdida de importancia relativa de su puerto, también ayudó a conservar su abundante patrimonio histórico. A mediados del siglo XX la ciudad empezó a despertar, y los viejos caserones  y conventos abandonados volvieron a la vida convertidos en hoteles, algunos espectaculares. El puerto, profundo y naturalmente a salvo de las tormentas, volvió a ocupar su lugar entre los tres más importantes del país.

Plaza de Santa Clara
Pero Cartagena es también una ciudad llena de vida. Su título de patrimonio de la Humanidad hace temer  que sea una ciudad museo, como tantas ciudades en Europa cuyos habitantes han sido desplazados de sus cascos históricos, ya convertidos en meros cascarones de actividad comercial turística. En La Heroica (otro nombre que recibe Cartagena, ùes nunca fue conquistada), se ven pelaos por todas partes, hay universidades, centros culturales, mercados y mercadillos de y para locales. La vinculación entre el casco histórico y el resto de la ciudad sigue siendo intensa, y locales y turistas conviven y disfrutan simultáneamente de sus espacios. Y con tanto pealo, ¡no sorprende la cantidad de vendedores de raspao que hay por todos lados!

Chiva rumbera
Tras el cambio de siglo, la creciente demanda turística ha hecho que la zona con hoteles y restaurantes se amplíe al barrio popular de Getsemaní, fuera de las murallas. Los amantes de los grandes hoteles con vistas al mar pueden dirigirse a Bocagrande, donde a los ya existentes habrá que sumar los que están en construcción. La prosperidad sin duda se puede observar en Cartagena, y sea bienvenida si sirve para resolver los muchísimos problemas que esta hermosa ciudad sigue arrastrando.

Cartagena desde mi hotel. Al fondo: Bocagrande. Foto: Jorge Bela
Cartagena desde mi hotel. Al fondo: Bocagrande.

Comentarios

  1. A pesar de ser una mina turística para Colombia, Cartagena es única, y además le debe mucho a los españoles. Allí, defendiendo los baluartes y fuertes, un marino español tuerto, manco y cojo, Blas de Lezo, consiguió a mediados del siglo XVIII hacer morder el polvo a la armada invencible del almirante inglés Vernon y salvó al imperio español en américa, que sólo duró medio siglo más. Lezo tiene una estatua al pie del castillo de San Felipe, que ya habrás visto. Vale la pena subir al Cerro de la Popa a ver la vista de la bahía. Hay docenas de sitios que ver, pero tómate un gin tonic a mi salud en las terrazas del baluarte, y si puedes relee El Amor en los Tiempos del Cólera, de García Márquez. Abrazos, Jaime

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  2. Como lectora, y colombiana, no me gusta que te refieras como "cursi" a la diferentes formas de llamar a Cartagena de Indias.

    En Colombia, el referirnos a las ciudades poniéndoles sobrenombres forma parte de la idiosincrasia del país, es algo muy propio de los colombianos y como tal me molesta que te refieras a ello como "cursi".

    Entiendo que al estar conociendo un país te pueda resultar cursi una u otra cosa, yo también vivo fuera de mi tierra y se lo que es eso, entiendo que haya cosas que te resulten chocantes, raras, incomprensibles, etc, (habrá muchísimas)... pero sinceramente creo que al escribir sobre un determinado lugar que estés conociendo no debes comentar esas apreciaciones, pues los que te leemos, imagino que colombianos mayoritariamente, queremos ver reflejado todo lo bueno y bonito del país, sin más, sin apreciaciones... para lo malo y lo cursi ya tenemos los medios de comunicación.

    Un saludo de esta lectora que te escribe desde España, "la madre patria".

    P.D.: te escribo esto con toda la honestidad como lectora y colombiana, al igual que te felicité por tu forma de escribir en una entrada anterior hoy te manifiesto mi descontento con lo que no me gustó de ésta.

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  3. Hola Macorisa,

    muchas gracias por tu comentario. Los favorables son agradables de leer y dan ánimos, pero ¡de los críticos es de los que se aprende! Es imoprtante recordar siempre que uno escribe para una audiencia amplia, e intentar no ofender nunca. Para mi es suficiente saber que no te parece para nada cursi ese sobrenombre, y ya está fuera del post!!!

    Gracias a abrazos desde Medellín,

    Jorge

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  4. Jorge, ¿probaste los raspaos con sus colores tan llamativos y olores tan artificiales? Son uno de mis mejores recuerdos infancia ... ¡¡Por suerte que tenemos memoria ofativa!!

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  5. Mmmmmmmm, pues no, no, parece que nos los ha probado, no ...

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  6. Pues si los probé, bastante tiempo después, en Valledupar.

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