Una ñapa de nostalgia en el océano de la prosperidad
Mi barrio parece un criadero de grúas. No pasa un día sin
que empiece una obra, se cubra de cristales una fachada, se anuncie una
inauguración. Ahora le ha tocado el turno a la esquina sur de mi manzana. Hasta
la semana pasada estaba ocupada por un edificio de tres pisos, construido a
mediados del siglo pasado, y pintado de un rojo mate, ya muy desgastado. Llevaba tiempo cerrado y oscuro cuando yo llegué aquí, y en el desagüe del balcón del
último piso crecía un enorme ficus, ignorante de su próximo destino. Hacía
tiempo que lo rondaban ingenieros con teodolitos y cintas métricas. De pronto
lo empezaron a vigilar día y noche guardas jurados. Un día lo rodearon
ejecutivos de mirada tensa y operarios que hicieron catas en todo su perímetro.
Era obvio que el edificio tenía los días contados.
La semana pasada sucedió lo inevitable: el lunes muy
temprano empezó la demolición. Primero con martillos, después apareció una
grúa. La actividad y el ruido se volvieron incesantes. Quizá el edificio no
tenga gran valor arquitectónico, pero es el exponente de una etapa ya pasada,
de una Bogotá que está desapareciendo. En el cartel donde se anuncian los
permisos obtenidos y el plazo de ejecución -- dos años -- se puede leer que el nuevo edificio tendrá
ocho plantas, y un solo apartamento por planta. Los habitantes del futuro
edificio tendrán la misma vista maravillosa hacia los cerros orientales que
tengo yo ahora.
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Pintura del jinete con la capa verde |
Pero la demolición nos entregó a los paseantes una ñapa
(ñapa en Colombia es la propina, un pedazo pequeño de algo que entregan en los
mercados a los buenos clientes): en las paredes de una habitación, visibles
tras la caída de la fachada, apareció una pintura. Se trata de un jinete
cabalgando sobre un caballo blanco, con una capa verde y un vestido rojo. Quizá
Santiago, en actitud de carga. Nunca sabremos quién realizó esa pintura, ni lo
que para el pintor significaba, pero a nosotros nos recuerda que en ese
edificio transcurrió la vida cotidiana de personas: sus afanes, sus tristezas,
sus miedos, sus sueños. La demolición nos entregó una efímera ñapa de
nostalgia.
A finales de esta semana ya no quedará nada del edificio que
ocupaba la esquina sur de mi manzana. En el solar dará comienzo el ritual
frenético de la construcción. Es posible que las obras terminen antes de que yo
me marche de Bogotá. Ahora mismo son muchas las ilusiones que se centran en
esta obra: las de los que participarán en la misma, ahuyentando el fantasma del
desempleo; la de los arquitectos y diseñadores, que verán como su trabajo va
tomando forma; la de los futuros habitantes, que esperan impacientes el buen
fin de los trabajos. Ojalá yo esté aquí todavía en el día en que se haga la
inauguración. Probablemente entonces ya nadie recuerde la extraña pintura del jinete
con capa verde.
Hola Jorge :)
ResponderEliminarMe gusta tu forma de escribir, haces que cosas tan "normales" como una demolición tengan un toque diferente, algo de ilusión, magia, nostalgia, recuerdo... en fin, me parece ¡¡chévere!!
Pudimos notar en nuestro viaje a Bogotá el crecimiento inmobiliario de la ciudad, esta entrada del blog es un claro ejemplo, además mi hermano nos contó que un apartamento pude subir de precio de 1 hasta 5 millones de pesos en una semana... me suena conocido y me resulta muy preocupante...
¿En qué barrio vives Jorge?
Un saludo cariñoso de esta colombo-española.
¡Muchas gracias por tus comentarios! No creas que a veces no siento reparo de hablar de un país que no es el mío, y de utilizar expresiones que a veces no estoy seguro si las entiendo bien. ¡Tus ánimos me sirven mucho por eso!!!!
EliminarEl boom inmobiliario en Bogotá en efecto recuerda a otros, y es preocupante. La escalada de precios que describes es totalmente real: los millones parece que los regalan. Ya hace un año el Economist advertía de que el mercado inmobiliario local, sobre todo en los estratos superiores, empieza a burbujear.
Yo vivo en La Cabrera, muy cerquita del Andino..
Abrazos y ¡gracias de nuevo!
Jorge
Gracias a Rafael Salazar que me aclara que la pintura es un San Jorge basado en un icono de la Escuela de Novgorod.
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