Me rasco porque me rasca: la Ciudad Perdida de los Tayrona

Mariposa 89 (Diaethria clymena) Foto de Fernando Conchello
Mariposa 89 (Diaethria clymena)) Foto: Fernando Conchello
Las ciudades perdidas, largamente sepultadas bajo junglas remotas, son iguales a los sueños. Uno imagina primero su construcción, a lo largo de siglos. Después, su apogeo, con miles de habitantes manteniéndola, defediéndola de todo enemigo, ampliando y embelleciendo sus edificios. Finalmente la decadencia, lenta, casi impercetible para sus habitantes, que siempre esperan la llegada de tiempos mejores. El retorno de la jungla,  que pacientemente había esperado a la desaparición del último humano, es el silencioso epílogo de una historia que supera cualquier imaginación.

La Ciudad Perdida de los Tayrona fue abandonada a lo largo del siglo XVI, tras casi siete siglos de existencia, probablemente debido a una epidemia traída por los conquistadores europeos. Fueron los saqueadores de restos arqueológicos quienes la descubrieron en 1973, y camparon a sus anchas hasta  1976, cuando el Instituto Colombiano de Arqueología puso fin al expolio. Hoy está fuertemente protegida y constituye una de las joyas del patrimonio histórico colombiano.

Llegar no es fácil: hay que recorrer unos 30 kilómetros, en unas tres jornadas. La caminata se contrata con guía, cocinero y mula de carga para subir la comida (también es posible contratar mulas para subir los equipajes individuales). El camino es una suave ascensión, siempre junto al río Buritaco, aunque hay que atravesarlo en cuatro ocasiones. Cuando you fui, el río estaba bajo y era fácil cruzarlo, pero no siempre es así, y en todo caso es imprescindible llevar sandalias de agua. Los caminos embarrados hacen imprescindible el uso de buenas botas.

El paisaje es alucinante, da la impresión de estar en un jardín botánico interminable. Los árboles descomunales hubieran sembrado el terror en los planetas pequeños de El Principito. Pájaros de canto inaudito, mariposas enigmáticas, incluso serpientes letales mantienen en tensión a los caminantes. El calor es considerable, y las lluvias muy frecuentes. Es imposible aburrirse. El cocinero se adelantó y nos dejaba frutas peladas en los puntos de descanso, algo profundamente agradecido por todos. Todo el camino nos sentimos protegidos por las nieves perpetuas del Pico Bolívar, el más alto de Colombia, que se alza directamente sobre el mar y proyecta su sombra sobre toda la Sierra.

Escalera hacia la Ciudad Perdida (Foto Jorge Bela)
Escaleras hacia la Ciudad Perdida (Foto Jorge Bela)
Nuestro excelente guía se aseguraba de que fuéramos los primeros en salir, y por eso éramos también los primeros en llegar a los campamentos, y podíamos escoger los mejores sitios. También teníamos tiempo para darnos un baño en el Buritaco. Dormir en hamacas en medio de la selva, con un coro infatigable de ranas y sapos croando cual orquesta sinfónica,  es una experiencia memorable. Las cenas deliciosas.

El cuarto día, temprano, nos dirigimos a la ya cercana Ciudad Perdida. Tras cruzar el río una vez más, encontramos, en mitad de la jungla, unas escaleras que ascienden interminablemente por la ladera. Son miles de escalones, que se pierden entre la vegetación. Subirlas es como caer poco a poco en un sueño hermoso. No sin fatigas, se alcanza la primera plataforma, y desde allí se salta de plataforma en plataforma hasta alcanzar el centro de la ciudad, la plaza ceremonial. Arriba del todo, hay un retén de soldados, sonrientes y divertidos con los turistas, pero que recuerdan un pasado turbulento aún reciente.

Plataformas ceremoniales (Foto Jorge Bela)
Plataformas ceremoniales (Foto Jorge Bela)
Al medio día regresamos al campamento, e inmediatamente iniciamos el regreso hacia el punto de partida, un pueblo con nombre sugerente: Machetepelao (también conocido como El Mamey). Serán dos días de descenso, dos días más de disfrutar de la selva. Muchos caminantes llevan los galones de la batalla: atroces picaduras de mosquitos (yo me libré gracias a una mezcla de Menticol con Nopiquex, un secreto que me fue compartido en Taganga). Aquí en Colombia no se dice “me pica,” sino “me rasca.” Con tanto mosquito por medio, no era extraño escuchar “me rasco porque me rasca.” Tras una ultima comilona en Machetepelao nos dirigimos al Parque Tayrona. Pero esa es ya otra historia, otro sueño.
Track de la excursión

Comentarios

  1. Jorge, Impresionante tu recorrido. Algun dia te acompaniamos. Un fuerte abrazo. Eugenia, Isabel y Michael

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  2. ¡Hermosa narración!

    Tanto detalle al explicar el recorrido hace que me traslade mentalmente hasta allí... ojalá un día puede vivir esa experiencia...

    Al ver el título de la entrada y empezar a leer pensé: no entiendo la relación, pero al final todo tiene su explicación :):)

    Un saludo cariñoso de esta colombo-española.

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  3. Que bonita experiencia, transmites toda la energía del lugar. Gracias por el post.

    http://elmontanero.blogspot.com/

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  4. me gusto mucho tu post aunque yo recomiendo viajr con wiwatour que es la unica agencia que tiene guias indigenas y asi apoyamos el turismo sostenible en una zona que ha sido tan afectada por el conflicto y la falta de presencia del estado colombiano, por eso hay que apoyar a las comunidades indigenas hay que apoyar alos guias de wiwatour

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